Abril fue el mes de la prevención del abuso infantil. Mientras hacemos conciencia en los jóvenes, me gustaría compartir con ustedes mis propias experiencias, aquí en la Diócesis de Providence y en la Iglesia en universal. Tal vez deben de estar familiarizados con algo o todo de lo que diré, pero la importancia de estos tópicos vale la pena repetirlos, y les invito a ustedes a responder como pueblo de Dios.
En el año que fui ordenado sacerdote, supe de una historia que fue una gran noticia, acerca de un sacerdote que abusó de varios niños incluyendo a su propio hijo que tuvo después que dejó el sacerdocio. En ese momento, parecía impensable que un sacerdote ordenado pudiera violar de esa manera sus promesas y la confianza de quienes estaban bajo su cuidado pastoral. Luego, en 2002, los escándalos de Boston, provocaron un renovado examen a nivel nacional del pecado del abuso sexual infantil por parte del clero. Una vez más sentí repulsión, vergüenza y pena. Me sentí horrorizado, pero también desconcertado por las revelaciones porque no reflejaban mis propias experiencias creciendo como católico.
En mi experiencia personal, he sido bendecido con una familia muy unida y experimenté la escuela católica y la vida parroquial como un lugar de comunidad fuerte y abundante seguridad. Supe entonces y lo sé ahora que estas atrocidades deben de ser escuchadas con la determinación de prevenir esto, mi enfoque en proteger a los niños y no ha cambiado en estos más de treinta años de ministerio.
Como sacerdote joven, mi primer párroco me asignó trabajar con jóvenes en la escuela parroquial, la educación religiosa, el grupo de jóvenes y con monaguillos. Si bien las mejores prácticas de protección infantil aún estaban surgiendo, consulté a expertos e implementé sus recomendaciones, introduciendo reglas sobre la supervisión de adultos, eliminando las interacciones y el transporte uno a uno, incorporando padres y acompañantes, agregando ventanas a las salas de reuniones y más. Junto con los padres y los voluntarios, también comenzamos a educar y capacitar a los jóvenes sobre su propia seguridad, los límites y relaciones saludables.
A medida que se desarrollaron las prácticas de protección infantil, mi diócesis de origen introdujo un nuevo programa de capacitación, Virtus, desarrollado por expertos en abuso sexual infantil que habían trabajado extensamente con víctimas-sobrevivientes. El programa ofrece un enfoque sistemático para la protección de los niños y la prevención del abuso. Me impresionó tanto que más tarde me capacité como facilitador para ayudar a capacitar a otros en el trabajo de prevención.
Los que han trabajado en esta rama saben lo difícil que es para las víctimas acusar al abusador. Muchas veces no son extraños y de alguna manera se ganan la confianza de la víctima y sus familias. La prevención eficaz incluye exponer estos comportamientos para detener el abuso antes de que suceda.
Colectivamente prevenir el abuso requiere un trabajo en conjunto:
• Entrenar al clero, empleado-res, padres y voluntarios para que reconozcan las señales de advertencia de abuso infantil y conductas inapropiadas.
• Controlar el acceso a los niños mediante la verificación de antecedentes y la supervisión de todos aquellos que trabajan con niños.
• Controlar el acceso físico a los niños, incluyendo cerrar edificios, cerrar habitaciones que no estén en uso y supervisar espacios cuando estén en uso.
• Alentar al clero, al personal, a los padres y a los voluntarios a informar sus inquietudes a las autoridades policiales y a los líderes del programa.
• Educar a los niños acerca de los límites y sobre su dignidad sagrada.
Estos esfuerzos en las diócesis católicas e instituciones en los Estados Unidos desde 2002 han sido muy efectivos.
Los abusos han decaído en la Iglesia Católica. Estadísticamente las instituciones católicas están entre las más seguras para la juventud hoy en día y en las últimas dos décadas el abuso ha disminuido.
Aunque siempre hay depredadores, nosotros como comunidad responsable podemos crear un ambiente donde no haya violencia, donde haya educación y vigilancia. Cada niño es sagrado y creado a semejanza de Dios.
Quiero que sepan que me siento comprometido a prevenir el abuso. En 1993, la Diócesis de Providence fue una de las primeras del país en establecer una oficina enfocada en la protección de los niños.
Además de coordinar esfuerzos de prevención, la Oficina diocesana de Compliance es vigorosa e independiente, y reporta con prontitud, cada acusación a las autoridades, independientemente de su credibilidad. Hace años, la Diócesis de Providence firmó acuerdos con el Fiscal General del Estado para formalizar esta práctica constante de informar cada acusación y cooperar plenamente con cualquier investigación resultante.
No podemos reparar el daño a tantos inocentes del pasado, pero podemos estar vigilantes para poder prevenir futuros daños.
La protección de los más vulnerables entre nosotros, es un trabajo que todos debemos llevar a cabo.
La Diócesis de Providence insta a cualquier persona que haya sido víctima de abuso sexual, o que tenga conocimiento creíble de dicho abuso, por parte de cualquier miembro de la Iglesia Católica, a denunciar las acusaciones a la Policía Estatal de Rhode Island, a las autoridades locales, a la Oficina del Fiscal General de Rhode Island, y Kevin O'Brien, Director, Oficina Diocesana de Cumplimiento, 401-941-0760, kobrien@dpvd.org.
Para buscar asistencia para las víctimas o familiares afectados por dicho abuso, comuníquese con Michael Hansen, Director de la Oficina Diocesana de Alcance y Prevención, 401-946-0728, mhansen@dpvd.org.
Para obtener más información sobre la política de abuso de la Diócesis de Providence, visite: www.dioceseofprovidence.org/compliance.